“Ante la brusca toma de consciencia de lo que se nos ocurre como algo risueño, los músculos especialmente involucrados en la risa reciben la orden neurológica de moverse para reír; esta misma orden recorre las neuronas en busca de una estructura de referencia donde situar la escena cómica, humorística o risueña en el cerebro, pero generalmente no se la puede situar coherentemente, y esa incoherencia provoca más necesidad de reír; el diafragma se sacude vigorosamente lo cual estimula --y a la vez dificulta (por eso aparecen pequeños ahogos al reír)-- la necesidad de los pulmones de acceder al ingreso de más aire por la orden recibida desde los centros respiratorios bulbares, y también presiona al corazón, haciéndolo bombear más sangre (y nos ponemos “colorados”); al mismo tiempo, este movimiento muscular genera estímulos o impulsos eléctricos que viajan por los nervios sensitivos hacia el sistema límbico, en el interior del cerebro, produciendo la liberación de un arsenal de hormonas que asustan a los radicales libres que se refugian en sus casamatas. La principal de estas hormonas liberadas, las endorfinas, se contactan con células inmunocompetentes, sobre todo en el timo, y se estimula la liberación de linfocitos T, además de incrementar notablemente la inmunoglobulina A salival, y los interferones. Simultáneamente, las endorfinas ejercen un efecto analgésico en órganos, músculos y articulaciones y un efecto sedante en la esfera linfática por lo cual se produce una sensación de bienestar y relajación generalizada, lo que va obligando a que cese la risa ”.
Esto sirve también como explicación de por qué en un cierto momento se “termina” la risa.
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